En diferentes periodos de la vida, especialmente a partir de la adolescencia, una comienza a reprocharles un montón de cosas a los padres que el tiempo y las experiencias finalmente te reconcilian con ellas. Porque son aspectos que negamos de nuestra propia esencia, pero que cuando aceptamos podemos sacarle el mayor provecho para los proyectos personales. Después de eso, viene una sensación de gratitud inmensa porque a pesar de las diferencias entre esos seres que nos han acompañado y nos acompañarán gran parte de nuestra vida, nos damos cuenta que fueron los mejores padres que podríamos haber tenido.
Esta reflexión me surgió hoy cuando, por la prensa, me enteré de un concurso de belleza infantil en Santander denominado Miss Tanguita. Al ver las imágenes y leer el artículo sólo tengo palabras de agradecimiento con mi mamá y mi papá porque me enseñaron a leer a los 5 años, porque a los 6 me entraron a clases de natación, me regalaron mis primeros patines y me enseñaron a montar en bici, porque a los 8 me regalaron El Principito, porque me dejaban jugar en la calle, porque me ayudaban a hacer las tareas, porque me llevaban a cine y porque no teníamos televisión.
También recuerdo que mi mamá nos hacía a mi hermana y a mí unas trenzas hermosas para que no nos pegaran los piojos en el colegio y que también nos dejaba jugar con su maquillaje y con sus tacones, pero siempre como una aventura más. Debo agradecer que nunca nos impusieran la belleza como el principio de la vida de la mujer. ¡Gracias totales!